A su derecha, a dos manzanas de distancia, comenzaba la apacible extensión del parque de
Táuride, donde tanto le gustaba pasear en verano. Pero en los alrededores de Smolni
podía haber alguna trifulca que reclamara su intervención. ¿Qué camino debía tomar?
¿Continuar hacia Smolni y bordear después el parque de Táuride, o acercarse a la
entrada del parque y seguir después hacia el monasterio?
Sin embargo, aquella luminosa tarde de domingo, Alexander no sabía nada, no
pensaba en nada, no imaginaba nada. Se olvidó de Dimitri y de la guerra y de la Unión
Soviética y de sus planes de fuga, se olvidó incluso de Estados Unidos, y cruzó la calle
para encontrarse con Tatiana Metanova.

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